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He visto bastantes comentarios de nuevas obras de ciencia ficción, algunas con méritos bien ganados y otra, por desgracia, cabalgando sobre la ola del impulso mediático. Es por ello que opté por tomar una de las obras que más disfruté del gran Isaac Asimov: Yo Robot.

Antes que nada, he de aclarar que el Yo Robot de Asimov no tiene nada que ver con el bodrio, (perdón, quise decir, la película) Yo Robot protagonizada por Will Smith. Y es que mientras la primera es una sinfonía de ficción con toques de humanidad, filosofía y existencialismo (aparte de una inteligencia fuera de cualquier duda), la segunda es sólo acción simple y llana. 

De hecho, para los que disfrutamos del Yo Robot de Asimov (1950), ver su versión el cine dirigida por Alex Proyas (2004) fue como recibir un baldazo de agua fría con hielo y todo.

Dicho esto, pasamos al Yo Robot del que si vale la pena hablar.

En primer lugar, hay que recordar que Isaac Asimov no sólo fue un escritor: fue un verdadero científico con una especial atracción por sobre cómo funcionaría el pensamiento de los robots. Esto lo llevó a crear las 3 Reyes de la Robótica que todos conocemos:

Las 3 Leyes de la robótica.

  • Un robot no debe dañar a un ser humano o permitir que un ser humano sufra daño.
  • Un robot debe obedecer las órdenes de un humano, excepto cuando tales órdenes contradigan la Primera ley.
  • Un robot debe proteger su existencia, siempre y cuando esto no contradiga la Primera ni la Segunda Ley.

Estas leyes son el resultado de la gran capacidad que Asimov tenía de humanizar el concepto de la robótica, siendo El Hombre Bicentenario un ejemplo de ello. Para este escritor, los robots no estaban limitados a ser creaciones diseñadas para satisfacer nuestras necesidades, sean tan pacíficas como hacer de sirviente en una casa cualquiera, o algo más movido como enfrentar brutales guerras en mundos distópicos o, peor aún, lanzarse a la faena de acabar con la raza humana. 

Por lo contrario, Asimov tuvo la capacidad de vislumbrar una evolución en este tipo de individuos cibernéticos como no lo había logrado, ni lo ha logrado, escritor alguno. 

En el caso de Yo Robot, Asimov llevó esta evolución a un nivel asombroso, sin necesidad de argumentar enemistad alguna entre los metálicos sujetos y la humanidad. 

No, él no recorrió ese camino simplista de la confrontación, sino que dibujo un arco de desarrollo propio, desde la «a» hasta la «z», con una gracia que han hecho las delicias de quienes tienen a bien disfrutar de esta obra.

Yo Robot no se trata de una sola historia, sino un ramillete de joyas literarias de ciencia ficción, cada una tan extraordinaria como la anterior, que se encadenan a lo largo de 50 años de evolución. 

Son nueve relatos, el primero de ellos, Robbie, escrito en 1940, y el último, El Conflicto Evitable, el cual vio luz en 1950, el año de la publicación del libro. Lo interesante es que en cada uno de estos relatos se tocan emociones humanas desde el punto de vista de una inteligencia artificial, tal como la amistad, la fe, la unidad, etc. Incluso el concepto de Dios se encuentra reflejado en esta obra.

Con un estilo pausado con abundante referencias científicas, humanistas y filosóficas, Yo Robot no es material para aquellos que buscan aventura o acción tipo Encuentro con Rama de Arthur Clark o de más reciente cosecha, Justicia Auxiliar de Ann Leckie. Es más bien un libro para quien desee un punto de vista diferente de la ficción, más amplio que hablar de naves espaciales y planetas con insospechados habitantes.

Yo Robot nos lleva a la pregunta, ¿puede evolucionar la manera de pensar de los robots más allá de la programación original? ¿Pueden tener conceptos tan abstractos como deidades? ¿Pueden llegar a ser tan parecido a nosotros que se podría hablar de una psicología robótica y una evolución social propia? ¿Pueden llegar a sentir? Y de ser así, ¿hasta dónde podrán llevar este sentimiento?

Recomiendo este libro para todos aquellos que buscan en la ficción algo más que el argumento rápido y descomplicado de guerras siderales. Para quienes comprenden que, incluso en los estados más avanzados de la tecnología, en toda creación del hombre palpitan las mismas emociones que han dado identidad a la raza humana.